lunes, 14 de abril de 2008

La monastrell en Jumilla es una maravilla


No estaría mal que empresarios e instituciones no sólo promocionaran urbanizaciones y campos de golf en la bella comunidad murciana. También se podrían gastar la pasta en hacer un buen Product Placement de sus vinos en un futurible remake hollywoodiense de ésta película. Quizás, de éste modo, la conciencia, que ahora escribe y sabe tan poco, no se sentiría tan incomoda al escribir sobre la amplia variedad y calidad que tienen los productos de la D.O. Jumilla. He de confesar que me he metido en este "fregao" porque en el fondo me debo a mis aburridos lectores. Y no me discutáis esto último en vuestros comentarios. Tanda desidia se hace evidente cuando aun siendo avisados de mi ignorancia seguís leyendo éstas líneas. Lo vuestro es aburrida inercia. Porque podríais estar ocupando vuestro tiempo en hacer algo mejor. Y sin embargo, os empeñáis en leerme. Se os quiere.

Voy a abordar el tema desde mi perspectiva e inexperiencia vital. Aunque soy uno de los muchos que han descubierto relativamente tarde estos caldos, lo cierto es que la D.O. Jumilla tiene una trayectoria de más de cuarenta años, no siendo ratificada su normativa hasta hace poco más de doce .

Mi primera vez fue hace casi dos años. Era un mediodía caluroso de finales de agosto . Me acompañaba Ángel, mi futuro suegro, para ver el terreno que he comprado con Rebeca en Cuéllar. Nos topamos con Goyo, un vecino jubilado que se repatriaba con su mujer en los meses cálidos y el resto del año lo pasaba en Murcia. Goyo era un magnífico anfitrión, buen conversador y amante de los tintos carnosos. Nuestro encuentro se celebró en su bodeguita con un tinto licoroso (más de 15% Vol. Alc.) que abundaba en la barrica de 50 litros que tenía en su búnker. Su mujer nos partió la sarta de chorizo que me salvó la vida. Si no hubiese tomado más que una copa también podría haber evitado la agonía. Lo cierto, es que aún recuerdo la sensación cálida del alcohol recorriendo la garganta y el embriagador aroma dulzón de las mermeladas que hipnotizaba. Y no recuerdo mucho más. Pues la modorra ya me invadió en el coche de vuelta para almorzar (conducía Rebeca). Quise aliviarla recién llegado echando una cabezadita en el sofá. Caí a plomo y electrocutado. El resto es una jocosa anécdota familiar con un final feliz.

Continuará...

1 comentario:

Anónimo dijo...

La lluvia en Sevilla es una maravilla decía la bella Audrey en ese gran musical cuyo cartel ilustra esta entrada. Y tenía mucha razón. En Sevilla,en Barcelona, en Extremadura, en Almeria y, por supuesto, en Murcia, la tierra del Jumilla. El vino sera bueno pero la lluvia es la mejor de las maravillas, ese agua que tanta falta hace.
Crucemos pues los dedos, que los creyentes saquen sus santos a las calles, que los estudiosos sigan dando buenos consejos y los eruditos buscando teorias. Porque si las cosas siguen así dentro de poco tendremos que usar las lágrimas para regar las viñas de las que nacen vinos como los que citas en estas lineas.
Por un uso racional del agua y un disfrute respetuoso de la naturaleza. Más información en www.expozaragoza2008.es. Sin agua no hay vida, no hay vino, no hay alegria. Más cabeza, más solidaridad y menos travases.

RBK