viernes, 18 de abril de 2008

La monastrell en Jumilla es una maravilla. II Parte

La variedad monastrell en Jumilla (morvèdre en Francia, mataró en el nuevo mundo y moristel en la D.O. Somontano) es una de las variedades más importantes de la Península Ibérica. En estado maduro contiene un alto contenido de azúcares, por lo que de su mosto pueden hacerse caldos con una graduación alcohólica elevada. También es rica en taninos. Como resultado solemos encontrar vinos de especial carnosidad. Actuálmente, se conoce a la D.O. Jumilla como el reino de la monastrell debido a su excelente adaptación. La introducción de otras variedades como la petit verdot, shiraz, garnacha o cabernet sauvignon en la elaboración de tintos con la varietal de referencia ha conseguido conferirles mayor finura y complejidad.


La D.O. Jumilla, D.O. Valencia, D.O. Yecla, D.O. Bullas, etc. producen en general los denominados vinos de zonas cálidas. En los tintos se caracterizan por su poca acidez (atenuada por el abundante y dulce etanol-glicerol) y por una cualidad organoléptica característica: su fondo alcohólico que en nariz a mi me recuerda a las mermeladas y a otros las compotas. De hecho, el clima es determinante por encima de la variedad. El singular carácter de vinos como los monovarietales del alicantino Enrique Mendoza nunca pierden de vista esta cualidad.


Esto no quiere decir casi nada, pues con los jumillas puedes llevarte sorpresas. Como con el Sabatacha Crianza 2004, que contiene una grata acidez. O con el tinto dulce Casa de la Ermita 2005, en el que puedes sucumbir por una alta itensidad aromática, similar a la mazana asada recien salida del horno. El último que he probado, el joven Luzón 2006 disimula muy bien el famoso fondo alcohólico, aunque este no se escurre por el detector retronasal.



Para finalizar, debo resaltar la personalidad de los vinos de zonas cálidas por lo general vivaces y con carácter. Curiosamente la misma que tiene Ángel y tenía Goyo. Quizás sea la madurez o quizás la afinidad una de las condiciones sine qua non para disfrutar de estos vinos en su plenitud. En cualquier caso, la vivacidad y el fuerte carácter deben ser condiciones imprescindibles para no morir cuando lo ingieres en ayunas. Si no fuese así, no me explicaría lo de mi suegro y lo de mi vecino, que con el Jumilla no perdieron, en aquella ocasión, ni la entereza, ni la sonrisa.


Sirvan estas dos entradas como homenaje a Goyo. Murió hace un par de meses, literalmete se le pararon las tripas. Seguro que extrañó su barrica de Tinto de Licor. Y sintió, como yo siento ahora, que no nos volveríamos a encontrar brindando con su vino en la cochera. Según me contaron, el expatriado manifestó como deseo que sus cenizas fueran esparcidas allí donde su abuelo tuvo un majuelo, cerca del término cuellarano de La piñonada.


Goyo, siempre que me cruce con un Jumilla brindaré contigo.

2 comentarios:

Txaber Allué Martí dijo...

Más que un blog, esto es un master. Madre mia!!!
Abrazos Rubén.

La conciencia del catador dijo...

Gracias por el cumplido Txáber, deduzco que te ha gustado. Aunque para fecundidad la tuya, que lo mismo te da por la cocina, como por el cine o por la economía aplicada. Y todo te sale estupendamente y con un sello personal propio, iconfundible. Eres genial.
Y luego nos decían y nos decíamos que estudiar Historia era una inutilidad y un suicidio profesional.
Que cachonda es la vida.